
Cada día pensando en que llegue el viernes.
Y el viernes pensando que acabe rápido.
Que me arranquen de la silla, a la que permanezco sentado, aun cuando no hay nadie a mi alrededor.
Acabo de ver un vídeo que seguramente se hará viral. Muestra un atraco frustrado en la que un “valiente” ciudadano anónimo acaba por reducir a un desafortunado ladrón trasnochado que desde el suelo implora que simplemente lo dejen marchar. No ha habido robo. No ha habido golpes. No ha habido víctimas.
Y me ha dado mucha lástima el pobre atracador. He tratado de imaginar la secuencia de sucesos vitales que lo han llevado a perpetrar esta “fechoría”. Seguramente podría llenar varios libros de sucesos. Quizás no. A lo mejor cometió demasiados errores, o fue objeto él, a su vez, de robos en su vida que lo dejaron sin nada, o de timos, o de mil y una posibilidades… Pero por alguna razón me ha generado más tristeza de lo que sería normal…
Igual ver un vídeo como éste, a las casi siete de la tarde, después de una larga jornada de trabajo, de una interminable semana, de un agobiante mes, igual no es lo más indicado para vivir un eterno viernes.
Fui muy feliz hace muchos viernes. Demasiado.
Ahora el Karma me explica que todo tiene que estar equilibrado. Que toca estar triste. Que llore si quiero, me dice, aunque de nada servirá.
Pero mi cabeza y mi corazón siguen pensando que quiero que sea viernes. Aunque ahora mismo quiera irme a dormir.
La peor versión de mi ha vuelto.
Incluso con el plan apunto para remontar como el ave fénix.
De nada sirve por que aún no estoy preparado para nada.
Quizás no lo esté nunca.
El móvil está vacío. La bandeja de entrada llena. Pero nada que me haga reaccionar.
Aunque sigo disfrutando de pequeños placeres vitales, algo me trata constantemente de recordar que disfrute los mejores momentos por que luego no volverán. Sólo podré recordarlos. Pero no volver a vivirlos.
Y seguiré persiguiendo un viernes que no llegará.