
Yo los temo.
Odio los míos.
La mayoría se alegra por que es el inicio de ese periodo querido de dos días sin trabajar, de dos días para… «hacer cosas». Es lógico.
Veo los compañeros irse. Sus caras sonrientes. Los planes que tienen para el fin de semana.
Ya. Por fin. Todo el mundo se ha ido.
La oficina queda vacía.
Como mis viernes.