Cada cerveza puede tener su historia.

Las tres la tienen. Pero la del medio es especial. No es que las otras no lo sean. Pero la Delirium Tremens… supuso un punto de inflexión en mi vida…

Soy de los que creen que los buenos y malos momentos se reparten por la vida en proporciones «justas». Así, cuando vives un buen momento y disfrutas de la felicidad que te produce, ten por seguro que el dolor te espera a la puerta de la esquina. Y viceversa. 

En esa época tenía «flow», cómo cierta calle de la que hace poco he hablado en otro post, estaba en la cresta de la ola, justo después de completar exitosamente un gran proyecto profesional. 

Y gracias a ello tuve la enorme suerte que me invitaran a Bruselas para una entrega de premios, en las que, por otro trabajo también liderado por mi, nuestra empresa estaba nominada. 

Sólo pisar suelo Belga, busqué el camino más corto para tomarme una de mis preferidas cervezas en un «abrevadero» de ensueño para todo sagaz cervecero: el Delirium Café.  Aunque sólo, pude entablar conversación con algunos lugareños que me recomendaron que probar… Fui feliz.  Muy feliz.

Y después de aquello, todo se desmoronó… 

Y ya no fui nunca más feliz.

Pero que rica estaba esa cerveza.

Hay que ir con mucho cuidado con la felicidad. Creo que tiene alma de diablo. Te mira por encima del hombro como diciendo «¿Eres consciente que no soy para siempre?» y cómo no le hagas caso… No será para nunca más…

Delirium Tremens, aun me dura…

 

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