Visité el día de mi cumpleaños un santo lugar que admiro, rodeado de una extraña fuerza, energía y un mágico magnetismo que te atrapa. Lo vengo haciendo desde hace tiempo… Es el momento de conversar conmigo mismo, mientras unas velas encendidas con sagrado fuego simbolizan la fuerza de mis deseos.

Y aun con la resaca de la pequeña celebración, casi sin poder pensar mucho en todo lo que significa esta gran etapa de mi vida pasada, me encontré arropando a una ex compañera de trabajo en su momento de dolor, tras la muerte de su padre.

Había estado en ese tanatorio, en una ubicación envidiable, con espectaculares vistas a la ciudad.

Hasta el momento de estar en el funeral, no recordé que ella, su familia, y sus más allegados amigos, eran muy religiosos. De hecho, sin tan siquiera imaginármelo, me encontré en una ceremonia eclesiástica. No fue un acto ostentoso, sino más bien sencillo, pero en el que sentí y entendí lo que es la fuerza de creer.

Al inicio, esa misa abruptamente me evocó a mi infancia, justo con no más de 10-12 años, sentimientos mezcla de realidad y de recuerdo. Quise revivirlos a la vez que apartarlos para concentrarme en lo que estaba percibiendo. Quizás no tendría otra oportunidad…

Creo que llevaba muchísimos años sin asistir a misa. Quizás era algo distinta a las que yo recordaba… supongo por que era el acompañamiento y la despedida del difunto padre.

Estaba detrás. A unas cinco o seis filas de la familia más directa. En la posición que suelen ocupar los conocidos y amigos no tan estrechamente vinculados con el difunto.

Y sentí la fuerza del creer. De sus miradas, de sus gestos, de sus lágrimas, de los abrazos intensos, e incluso de las palabras de hija, nietos y el propio sacerdote, de todo ello entendí que ellos tienen una ventaja respecto a la mayoría de nosotros. Su fe y su verdadera creencia les hace más fuertes, casi indoblegables, un bloque unido, pétreo, en el que, por supuesto que sí, un puntal se había ido, pero dejando un imborrable e impagable legado con el que cubrir la ausencia física.

Ellos creen. No importa si aquello en lo que creen es o no de nuestra afinidad. Es absolutamente irrelevante si compartimos o no sus creencias. Comparten ciegamente algo que les une y gozán de la fuerza del creer. Esa fuerza era tan grande, tan visible, que incluso trascendía a los que estábamos allí.

Que sana envidia. No todos tenemos esa fuerza, algunos ni tan siquiera son capaces de entenderla.

Pero ese día aprendí lo importante que es encontrar la fuerza de creer.

Y me temo que eso sólo hay una forma de conseguirlo… Cree (*) y compártelo con aquellos que quieran estar contigo. Si lo consigues, ellos también creerán. Es la fuerza de creer.

(*) No puedo decir en qué debemos o no creer. Cada uno lo descubrirá por si mismo. Pero cuando lo encontréis: creedlo con toda vuestra alma.

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