La pista estaba llena.

Era el día.

Sábado.

Hacia las 20:30.

Me había bebido mi vodka con naranja. Le pedí al camarero lo cargara un poco más que de costumbre.

Necesitaba algo más de «punch».

Hoy daría el paso. Ya llevábamos muchas semanas mirándonos sin decirnos nada. Eso no es ni medio normal.

Apuré mi cigarrillo. Allí estaban mis amigos. Los saludé y me uní al grupo. Como de costumbre.

Y a unos 5 metros estaba ella. Como cada sábado.

Hoy estaba brillante. Me gustaba mucho.

Me miró.

Otra vez conectamos con la mirada. Otra vez! Dios…

¿Seguro?

Ufff, que nervios. No quiero mirar. No quiero volver a mirar. ¿Y si no me mira a mi?

Recuerda el chasco de la última vez. Si. Mejor me calmo. Esta chica es muy guapa. Parece divertida. Y lista. Me encantaría charlar con ella. Pero. Aquí hay muchos chicos mejores que yo. ¿Por que debería fijarse en mí?

¿Pero por qué demonios me mira a mi?

Quizás por que se ríe de lo patético que soy. Seguro debe ser eso.

Que asco me doy. Iré al lavabo.

No cabía una aguja en la discoteca. Moverse era una odisea.

LLegué al lavabo.

Que idiota eres.

Si no lo intentas no servirá de nada.

¿Para que vienes aquí? ¿Para divertirte y conocer chicas no?

Es verdad. Vamos!

Volví.

Que desastre. Un chico estaba hablando con ella.

Mierda.

Me ha vuelto a mirar.

¿Me lo parece a mi o me está pidiendo a gritos que vaya a «salvarla»?

Tú te flipas. Que idiota eres…

Me fuí de la discoteca. Me sentí triste y desdichado.

Caminando por las calles pensaba que la vida no funcionaba como yo quería.

En ese momento no lo sabía. Pero era sólo yo el responsable que fuera así.

Quedaba una semana para volver a la discoteca.

Sí: seguro que será el día.