Hace unas semanas estaba con unos afortunados amigos. Su vida no ha estado exenta de sufrimiento, de duro trabajo, de angustias y de dificultades. Pero sea por méritos, por suerte, por indómita pericia o por lo que sea, siempre han estado rodeados de un halo de éxito, de abundancia, de dinero. El dichoso dinero transforma las personas, las moldea de una manera caprichosa.

Aun su fortuna, sus logros y su halo, me vi en ciertos momentos de ese encuentro, sea por que ya decrépito me he vuelto así, tratando de hacer lo posible para ayudar ante lo que, a mi parecer, era alguien que, en mayor o menor medida, estaba atravesando un desierto de felicidad, o una selva de sufrimiento, lo que prefiráis.

Unas semanas después he tenido la oportunidad de compartir unas horas con unas personas que, igual que las anteriores, han sufrido, han trabajado durísimamente, rodeados de angustias y dificultades. Pero sea por mal karma, por desdicha o por redomada torpeza o por lo que sea, siempre han estado capitaneados por una aureola de tristeza, de ausencia de recursos y dinero. Cuando no hay dinero, también eso cambia las personas, las castiga o las premia, según se mire…

Esas personas también viven una eterna canícula de imposibles sueños, realidad de los primeros que quizás no siempre son conscientes que poseen. Y el día con ellos ha sido entrañable para mi: volcado en aprovechar cada segundo en aportarles todo lo que está en mis manos, vaciándome como nunca para, ni que fuera lo mínimo, hacerles olvidar su situación.

Durante la tarde, acompañados por una húmeda brisa, me han presentado algunos de sus amigos. Y yo estaba imparable. Seguía en mi registro, doctorado en enseñanzas, aportando de nuevo aquello que mi instinto me decía les podía reportar algo de felicidad, alegría o simplemente perdurables sensaciones entre el atardecer, el calor y un cercano mar.

Pero también yo vivo mi propio antagonismo: ¿Quién ayuda al que ayuda? Yo también necesito ayuda, yo también…

Y sin importar mi pataleta del inmaduro niño que llevo dentro… Por ellos… Por sus caras… Y por que uno de ellos me ha regalado un «encantado de conocerte, no siempre la vida te da la oportunidad de conocer gente como tú»… Me he sentido bien.

Pero una noche de julio, es demasiado peligrosa para que eso me reconforte.

Recuerdos que no quiero olvidar. Sentimientos que perduran, a pesar del tiempo y la distancia. Es mi vida y lo que siento. Y no puedo dejar de sentirlo.

De nuevo, múltiples antagonismos.

Sólo la luna, asomando detrás de las nubes me ha limpiado lo que sufro y me ha recordado lo que siento, lo que amo, lo que deseo …

Quizás la ayuda que necesito sea poder escribir.

Múltiples antagonismos….