
Hace unos días organicé un evento, interno, en el área donde actualmente trabajo. Fue un éxito. Al menos gustó el formato que escogí para hacerlo, las herramientas que implementé y no hubieron fallos en la puesta en escena.
Oí a mi jefa hablando con alguien por teléfono y pronunciando mi nombre y explicando cuánto le había gustado y lo bien que encontró el conjunto en sí. Vamos, lo que se podría decir “triunfo total”.
Reconozco que es agradable que tu jefa venga y vaya preguntando a todos, ¿verdad que lo hizo/preparó muy bien? Internamente me gusta ver que la gente está feliz, contenta, lo pasa bien. Y en el evento, mientras duró, así fue.
Tengo la particular teoría que si produces felicidad a los demás, aunque a ti te desgaste, ello en el futuro traerá recompensas para ti. Algo así como “buen karma”.
Triunfar.
No lo confundo con hacer un buen trabajo. Para mí, trabajar bien, hacer las cosas de manera profesional, pensarlas con calma y lo más exhaustivamente que se pueda, trabajarlas con intensidad, con constancia y finalmente entregarlas con calidad, todo ello, no es triunfar. Hay muchísimos ejemplos de grandes y excelsos trabajos que no han significado, a quienes lo han hecho, un triunfo.
Triunfar.
Me refiero más al reconocimiento externo, a que a partir de esa acción (merecidamente o no, eso da igual) las personas otorgan un respeto mayor a quién es objeto del “triunfo”. Me refiero precisamente a esa sensación fantástica que debe tener el corredor que acaba el primero en una carrera, a los aplausos y vítores, a oír tu nombre, o verlo publicado, rodeado de muestras de gratitud, de críticas positivas. En resumen: sentirse respetado, admirado, querido por alguna acción, trabajo o proyecto atribuible a una persona.
El evento del que estaba hablando al inicio se celebró una mañana y duro escasas dos horas.
Y luego llegó la tarde.
Y me sentí muy triste.
Mi teoría sobre “la producción de felicidad ajena” se venía abajo. Por lo menos en el corto plazo.
Una tristeza envolvente, espesa, densa, duradera…
Y me pregunté, entonces, ¿Para qué buscar triunfos? Reflexioné y busqué en mi interior los “porqués” de esa sensación tan frustrante…
Dí con una posible respuesta…
Los loosers tenemos una “rocambolesca” forma de funcionar:
- Para empezar, nos ponemos casi utópicos retos, somos poco realistas y muy críticos con nosotros mismos. Así, para nosotros, los triunfos reales tienen una elevada complejidad.
- Solemos despreciar los puntos intermedios o éxitos superfluos, por que estamos enfocados a los objetivos.
- Y los reconocimientos en los éxitos superfluos nos son perniciosos porque, al probablemente no tener nada que ver con el objetivo real, nos provocan rechazo y tristeza. ¿Por qué me valoras por “esto” a lo que no doy importancia cuando lo que yo realmente quiero es “esto otro”?
- Y lo que es peor: si por un casual conseguimos uno de nuestros retos, probablemente no sabremos apreciarlo, lo confundiremos con un punto intermedio, desaprovecharemos la oportunidad y nos veremos sumidos de nuevo en el punto 1, iniciando un imparable círculo vicioso.
Al final, las respuestas más sencillas suelen ser las más acertadas: ¿Por qué triunfar? Para sentir que el trabajo, bien ejecutado, tiene que ser recompensado de algún modo… Por ejemplo…