Pensamos, perseguimos y luchamos por los nuestros. Los más egoístas, ciegos y obnubilados, no nos damos cuenta de la realidad de nuestro alrededor. 

Nuestro «yo» es una dura droga de fuente inagotable que, aunque con difícil sobredosis letal, nos hace esclavos del deseo, extrañas ansias de poder y gloria envenenada.

Ahora, más allá de una larga resaca, todo cobra sentido…

Ahora que es demasiado tarde para hacer nada más que lamentarse. Ahora es muy fácil…

«Ahora me doy cuenta que podía conseguir hacer realidad su sueño y eso pudiera, quizás, haber cambiado el curso en el final de su vida. Pero no lo hice.»

Hablaba mucho de él. Quería tener uno. A toda costa. No le importaban las dificultades o que quizás no tenía ningún sentido. Algunos sueños son así: que sean absurdos aun los hacen más deseables. Y lo consiguió. Consiguió el medio para llegar al fin último. A su objetivo, meta, sueño,… Sólo necesitaba que alguien le ayudara a usar ese medio que había conseguido. Y yo podría haberlo hecho. Pero no lo hice.

Me crié en una casa humilde, en un barrio humilde de una ciudad forjada por el trabajo. Hasta su madurez, mis padres sólo trabajaban por un sueño: hacer que el nuestro pudiera hacerse realidad. Y así su vida tenía un sentido. Y así encontraban fuerzas cuando no había. Y así una sonrisa iluminaba su cara en los momentos difíciles. Ellos, mis padres, lo dieron todo por mi. Por mi y por mi hermano.  Al llegar a su madurez, tuvieron suerte de gozar de unos años juntos, cuando ya mi hermano y yo teníamos encarrilada nuestra vida. Ese era su legado. Entonces llego su momento de gloría.  Y yo pude ayudar a mi padre a disfrutarlo. Pero no lo hice.

Se lo regaló mi madre por su cumpleaños. Nosotros (mi hermano y yo) ya no vivíamos con ellos. Yo no estaba de acuerdo en que lo comprara porque era muy caro y no le veía uso. Recuerdo que era azul. Creo. Y tenía un CD con instrucciones. Cuando tratabas de ver a través de él, se veía todo oscuro. Tenía muchos engranajes. Jamás me pidió directamente que le ayudara a usarlo. Mi madre sí. Pero él no se atrevía. 

En lugar de pedirme que le ayudara siempre decía «¿Por qué un día no vamos a montarlo y miramos la luna? Nos lo podríamos llevar por algún lado y de noche…» Y yo pude ayudarle. Pero no lo hice.

Dos o tres meses antes que mi padre muriera le robaron. Fue cerca del apartamento que iban en la playa. En una terraza de un bar. Despistado, se acercaron unos «niños» y le quitaron la cartera. Siempre le dijimos que no llevara mucho dinero en la cartera. Que no hacía falta. Pero no escuchaba. Creo que los chicos que le robaron eran los mismos a los que él ayudaba y que venían a hablar con el. Creo que él los ayudó y ellos se aprovecharon. Creo que eso lo debilitó mucho. Y ahí empezó su camino hacia la muerte. Y yo pude ayudarle. Pero no lo hice.

En los momentos difíciles, cuando te faltan las fuerzas, sólo luchas cuando tienes algo por lo que vale la pena luchar. Mi padre tenía un saco de cosas por las que luchar. Y yo pude hacer ese saco mucho más grande y más pesado, mucho más pesado que «el saco» de la muerte. Pero no lo hice.

No fui un buen hijo. Ni tan solo le correspondí con una infinitesimal parte de todo lo que él había hecho por mi.

La última vez que vi el telescopio estaba en el centro de mi habitación de cuando era niño. Que ironía. Seguro que él, desde donde esté, me recuerda eternamente que yo pude ayudarle. Que yo pude ir con él a ver las estrellas y la luna, a enseñarle como se podía usar, a orientarnos por el universo, el universo que nos espera. Yo pude hacerlo. Yo pude hacerlo! Pero no lo hice.

Soy un loser.

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